Una mujer está sentada en la terraza de un bar cercano a la estación.
No hay nadie más que ella y un camarero en ese bar.
Es la estación de un pueblo pequeño, insignificante. Las vías del tren están próximas a las mesas desocupadas.
Ella bebe un refresco y espera. Es evidente que espera a alguien que llegará en un tren.
Su maquillaje cuidado, su deliberada elegancia, su actitud alerta, su perfume, hacen suponer que espera a un hombre. Al único hombre que amó.
Tal vez por eso, o por la inabordable tristeza de sus ojos, el camarero no se atreve a decirle que la estación fue abandonada hace mucho tiempo y que por esas vías ya no pasará ningún tren.
II
Ella lo sabe. Pero ella espera porque la estación está aún ahí, y también están las vías.
Ella espera porque la tarde está soleada y la brisa la toca suavemente.
Ella espera, no sabe hacer otra cosa.
Si se viste, si se peina, si aún acepta repetir los pobres estos de la vida, si se toma el trabajo diario de no morir, si trata de pensar que valen la pena el sol y la tarde y la brisa, es porque cree en la espera.
Ella espera, no hay otra razón.
III
El camarero vuelve a llenar la copa de la hermosa mujer.
Ella no lo ha mirado, pese a que no hay otro ser a su alrededor. No obstante, agradece el nuevo refresco con la vista dirigida hacia la antigua estación.
La tarde decae. Lenta. Triste. El paisaje toma el color de las películas mudas.
Se han encendido los faroles de la terraza, aunque ninguna otra alma viviente se siente atraída hacia el lugar.
La mujer, dignísima, se pone de pie, deja unos billetes sobre la mesa y se marcha rumbo al pueblo.
La fina silueta se aleja morosamente sobre la hierba del solitario camino. El camarero la ve marcharse y tiene una súbita sensación de asfixia en el pecho.
IV
Si mantiene abierto ese bar al lado de una estación abandonada, al cual no acude la gente del pueblo, si se viste, si se peina, si soporta diariamente los pobres gestos de la vida, es sólo porque espera a una mujer.
Espera a una mujer demasiado importante, demasiado hermosa, con una tristeza inabordable en los ojos.
V
La mujer mira las vías muertas sentada en el bar de la vieja estación. Mantiene una actitud indiferente con el entorno porque está enamorada.
Ama demasiado a ese camarero y tiene miedo de que él no la quiera.
Por eso todas las tardes se sienta en la terraza del bar. Bebe un refresco y finge.
Finge que espera a alguien que no vendrá.
1 comentario:
La imagen te la robo, ya lo sabes. Como todas. Necesito más deleite visual, moooooooore!!!
Muák!
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