martes, 28 de octubre de 2008

No Me Toques




Después de cada dosis. Inmediatamente después de quitar la aguja de tu vena, te abrazabas a sus piernas, a su cuello. La besabas. Te detenías minutos como siglos en su sexo. Lo lamías, lo aprisionabas, lo besabas, lo sorbías, lo chupabas, lo bebías, lo penetrabas con la lengua.
Después de tu dosis. Inmediatamente después. Justo cuando se te partía la cabeza de música. Cuando galopaban elefantes azules dentro de tus brazos. Te dijo
-No me toques.
Cerró las piernas. Se apartó de tu lado. Te lo dijo después de un tu dosis. Inmediatamente después de quitar la aguja de tu vena. Se apartó de tu camino. Justo cuando te inclinabas a besarla, a gastar tu dosis en amarla.
-No me toques.
Lo dijo con una sonrisa estúpida y pura. Su "no" fue una flecha inocente lanzada al aire y estabas en pleno vuelo. No podrías aterrizar en los aeropuertos de su sexo. Ella no había despegado. Te dejó solo en el cosmos. No negó su sexo. Negó algo más hermoso. Negó todos los días. Las otras veces. Las dosis anteriores.
No la tenías para lamerle los pies, para besarla toda. Te quedaste inmóvil, aferrado a tus piernas. Empezaste a lamerte las rodillas. A quererte como un adolescente que oculta su cara entre las rodillas, un adolescente que se enfrenta a su primera soledad. Te perdiste en la montuña más alta. Una mala dosis. Sabías la consigna: hay que amarse. Para sobrevivir, hay que amarse. Te besaste las rodillas. Te besaste los hombros. Buscabas un antídoto para la distancia. Te habías ido lejísimo sin ella. No la tenías para lamerle de los pies, para besada toda.

1 comentario:

Mameluco dijo...

Las grandes perdidas son siempre las mismas, Nacho. Hoy le llamaré Nacho.
Son siempre las mismas malditas cosas.

La vida de los no como flechas es una mierda.